¿Crees que nuestros abuelos son felices aparcados en la mejor residencia en la peor etapa de sus vidas? ¡No consultes a los astros si te quedan abuelos! Mira este vídeo sobre los sabios de la manada, nuestros mayores. Nudo en la garganta sin terminar de verlo. ¡No te lo pierdas! ¡Y a tus abuelillos tampoco!
El adiós
El año pasado perdí a mi abuelo. Él presumía de sus noventa años y siete meses, y su cuerpo fuerte -pero viejo- sentenció que ni uno más inauguraríamos a su lado. Fue la primera vez que acompañé a una persona hacia la meta de su ocaso y, en ese instante de despedida obligada, descubrí enseñanzas tan enormes como lo era el tesoro que se me iba navegando en una fría cama de hospital.
Vivimos los días como si diésemos por hecho que duraremos eternamente, y siempre así de “relativamente” bien: ¡Qué me quede como estoy!, decimos en la súplica legendaria que le pedimos cada año a ese enero que tímidamente asoma y que tanto nos cuesta. Pero siento bajarte a la Tierra para recordarte que este cuerpo, y todas las cosas que hemos sido capaces de construir a su alrededor, lamentablemente, vienen con fecha de caducidad. Ni “los tuyos” se quedan. Y, aunque esa fecha es el secreto mejor guardado, llegará tristemente un Año Nuevo que amanezca sin nosotros -o sin ellos-.
Cuando mi abuelo emprendía el vuelo a las estrellas me di cuenta de la velocidad del tiempo y de nuestra maestría en perderlo. Pude acariciar lo realmente importante. Él siempre tan preocupado por su dinero, por todas esas cosas que había ido consiguiendo amasar a través de tantos y tan efímeros calendarios con esfuerzo. Y yo… recogiendo con parsimonia su bastón, sus caramelos, su monedero con los últimos euros que le acompañarían hasta el final del trayecto. ¡Ni siquiera esto pudiste llevarte, abuelo! Qué extraña sensación.
El gran valor de sus enseñanzas
Así que en menos de una milésima de segundo la mayor parte de las cosas de la vida, con sus problemas y sus preocupaciones, pierden igualmente el sentido y mueren en el mismo instante. Emerge entonces el privilegio de lo vivido; de haberle ganado ventaja al final de la obra del más veterano de nuestra función.
Afortunadamente, sus últimos tiempos fueron para mí una herencia de un valor incomparable. Chascarrillos, risas, despotismos y canalladas que maduraron a la vez que iba pasando una intensa historia de vida a nuestro lado. Una historia que, si comparásemos, nos quedaría aún demasiado grande. Y cuyas huellas, con el pasar de su ausencia, nunca se querrán marchar.
¡En fin! Un abuelo es un inmenso cofre de sabiduría. Por cada arruga hay una joya. Sin embargo, solo el amor y el calor de su familia será lo único con lo que ellos podrán quedarse, esperando en la antesala a la otra vida (con suerte con los suyos), su último viaje.