¡Nadie se libra! En este mundo cíclico donde todo es impermanente todo tiene su alfa y su omega, su principio y su final. Normalmente, el común de los mortales no aprendemos de la naturaleza y nos cuesta enormemente aceptar los cambios. Los árboles no temen al otoño porque vayan a verse desnudos cuando se queden sin sus hojas, ni se preocupan en primavera por cuán bonitas vaya a ser sus flores… simplemente son, están y fluyen con la vida. Pero las personas, lejos de sentirnos parte del mundo como es natural, como las hermosas plantas, nos creemos el centro del mismo, queriendo controlar que todo sea perfecto como si tuviésemos defectos de fábrica, y esto nos trae muchos problemas y preocupaciones. En este sentido, cuando una situación muere escapándosenos de las manos, no deja de ser un duelo al que nos resistimos cada vez. La tan perseguida seguridad, que tanto esfuerzo nos ha costado conseguir, de repente se tambalea y nuestra estabilidad se ve claramente amenazada.
DE EL PAPA A EL CARRO
Así que, como veíamos en el capítulo anterior, llegar a la energía de El emperador, donde nos sentimos seguros por lo conseguido, donde creemos tener nuestra parcelita de circunstancias controlada absolutamente, y querer mantenernos en este trono de manera perenne… para la vida –que es sabia- no es una opción, ya que no nos permite el verdadero aprendizaje. ¿Y para qué crees que estamos aquí?
El control es simplemente un mecanismo de nuestro personaje, del ego, de la identidad con la que nos hemos ido disfrazando a lo largo de los años. Es una entelequia, un recurso de supervivencia que nos permite estar tranquilos en apariencia. Pero vivir como un perpetuo Emperador es vivir en el pasado. Y el pasado no existe. Lo único que tenemos en nuestra preciada existencia es el eterno presente… y claro, en el presente todo es desconocido y nada es seguro. Así que lo más coherente parece que es abrirnos, sin paracaídas, sin miedo, a esta experiencia que nos necesita y que se llama VIDA.
Así que, preciada personita, aventurarnos al cambio, lanzarnos a lo desconocido, nos dice El papa (o Sumo sacerdote) que implicaría conectar con la certeza de que algo más seremos –que hay siempre un cielo sencillo para nuestra tierra extravagante- que el trabajo que tanto esfuerzo nos cuesta; la familia que tantos disgustos nos da y todos esos gastos a los que nos hemos entregado sin descanso en cuerpo y alma… no nos representan (¡como los políticos!). Es abrir una puerta a todo lo que hay después de eso, donde siempre reina la calma, donde siempre hay un epicentro en medio de nuestro particular huracán. Y a partir de aquí seguir, seguir y seguir subidos en El carro de nuestra experiencia con nuestra arma más potente capaz de transformar el mundo que requiere de nuestra presencia para ser construido… la emoción, la pulsión del corazón que siempre manda siendo el faro de nuestros tímidos pasos, que siempre es la elección correcta según el Arcano de Los enamorados.
LA JUSTICIA Y EL ERMITAÑO
De manera que cada final que se aproxima en esta aventura vital no es sino el principio de algo que está por llegar y que tenemos que vivir intensamente y entrar relajados para seguir construyéndonos. Será La justicia quien mida las consecuencias de aquello que has ido sembrando en cada situación, para alertarte de lo que debes evitar, y no repetir así las incómodas consecuencias de cometer los mismos errores una y otra vez… sin haber entendido los frutos que hemos ido cogiendo, esto es, el para qué de lo vivido. Y entonces, aceptando este ir y venir, volverá el eterno final. Seremos El Ermitaño que sabiamente entendió el sentido de su camino. Que revisará en su soledad y en sus comunicaciones consigo el para qué de su torpe, pero necesario, recorrido. Y aunque mirando lo andado con parsimonia, él camina, y camina hacia el inevitable principio que se aproxima, que está a punto de volver a a eclosionar… ¡Adiós final! ¡Y feliz nueva vida!